Nota publicada en el diario EL NUEVO (de Rojas) el domingo 1ro de junio 2008.
(Al día de hoy –28 de febrero en 2016- es decir, luego de transcurridos casi 8 años de haber escrito esta nota, la misma tiene total vigencia). Los invito a leerla.
¿La maldición de la soja?
Allá por 1968/69 yo integraba una “Comisión de Apoyo a la Lucha contra el Mal de los Rastrojos”. A su vez, esta Comisión formaba parte del Consejo de la Comunidad. Por entonces, la epidemia estaba en una etapa de recrudecimiento, y todo era poco para luchar contra ella, de modo que se requería colaboración del vecindario para la difusión y aplicación de medidas preventivas, de allí esa Comisión a la que hago referencia.
En un momento dado, y ante el preocupante avance de la enfermedad, se concretó en el teatro TAFS una reunión a la que concurrieron funcionarios de salud de diferentes niveles, encabezados por el Ministro de Salud Pública de la Nación (si mal no recuerdo era un Dr. de apellido Pittaluga). Se hicieron presentes también los medios gráficos capitalinos más importantes de entonces, entre ellos “La Nación” y “La Prensa”.
La consigna básica de la prevención consistía en dar “guerra sin tregua” a los roedores, para lo cual había que desmalezar todo ámbito, fuese público o privado. Recuerdo que en esa reunión en el TAFS –de la que participábamos gran cantidad de vecinos– levanté la mano para exponer una idea que me venía preocupando. Manifesté entonces que la campaña de desmalezamiento no daría los resultados esperados, mientras se mantuvieran los yuyales en las franjas linderas a las banquinas, especialmente en las rutas pavimentadas, y también en los aledaños de las vías férreas. El ministro me dijo que eso era muy difícil de solucionar ya que no había dinero para semejante desmalezamiento, a lo que respondí que yo tenía una propuesta para realizar esa tarea sin que el Estado gastase ni un centavo. Extrañado, el Dr. Pittaluga me invitó a exponerla, cosa que hice de inmediato. Asi fue como sugerí que a través de convenios entre Vialidad Nacional, Provincial, y Ferrocarriles Argentinos (organismos que en esos tiempos existían) se permitiese a los agricultores cultivar las franjas aledañas a sus campos, a fin de tener trigo o maíz en lugar de yuyos, y que, por supuesto, al tratarse de una contraprestación que le ahorraba dinero al Estado, no se debía cobrar ningún tipo de impuesto al chacarero, o al menos hacerles una rebaja considerable. El Ministro quedó muy entusiasmado con mi idea, le pidió a su secretaria tomar nota de la misma, y con posterioridad a esa reunión, los medios capitalinos reprodujeron mi intervención y la promesa pública del Ministro de abocarse de inmediato a las medidas pertinentes, que permitiesen concretar con rapidez “una propuesta tan valiosa”, según sus propias palabras.
Aquel Ministro cumplió su promesa, y en varias ocasiones, su secretaria tuvo la deferencia de informarme de la marcha de las gestiones, hasta su concreción definitiva. Con el correr de los años, no sólo las franjas de nuestra zona se vieron cultivadas, sino que la costumbre se extendió a lo largo de los caminos del país. Y en rigor de verdad, debo confesar que siento una pizca de orgullo por ello, más allá de que la mía haya sido una contribución silenciosa y desconocida -hasta hoy que la cuento– y que seguramente las condiciones contractuales de esos cultivos no sean las mismas de entonces al no existir ya la epidemia que las generó.
Ahora bien: en aquellas franjas donde otrora reinara el trigo, hoy contemplamos “los mares de soja protegidos por el dios poseidón”, según lo promociona un fungicida foliar. Y precisamente ahora, cuando la palabra soja remite a conflicto, uno, que jamás tuvo más tierra que las de las masetas, siente que igualmente, en su condición de ciudadano tiene derecho a opinar, aún a riesgo de equivocarse. Y esto es así por cuanto el llamado conflicto entre el campo y el gobierno, de alguna manera nos involucra a todos.
De mis padres aprendí la devoción por la lectura como condición básica para acceder al conocimiento y poder emitir juicios de valor sobre los temas más variados. Así es como me informé sobre algunas cuestiones atinentes a la soja, por ejemplo, que “El arranque de la soja fue consecuencia de un arranque creativo del último gobierno de Juan Domingo Perón” (Textual de diario Clarín, 12 de abril/2008, en nota firmada por Héctor A. Huergo). Pero tal vez ese dato resulte irrelevante comparado con otros que paso a enumerar para tratar de explicarme mejor:
1): Según Naciones Unidas, en los últimos nueve meses se registró a nivel mundial, un aumento del 45 % en los precios de los productos alimenticios. Un mayor consumo en los países asiáticos –con China a la cabeza– es el que origina semejante índice de inflación, y uno de los alimentos de mayor demanda es, precisamente, la soja. Las mejores condiciones socio-económico de sus casi 1300 millones de habitantes, se basa en el desarrollo de la tecnología y de la industria (todo es “made in China”). Y aunque nos cueste creerlo, este proceso, tan lejano en un sentido y tan cercano en otro, repercute en las economías de los países subdesarrollados y agrodependientes como el nuestro.
2): Desde los tiempos históricos de la “vaca atada”, Argentina ha sido un país agro exportador de materias primas, sin valor agregado. En la división internacional del trabajo, pareciera ser ese nuestro destino manifiesto, el que también consagró aquello de las “vacas gordas y peones flacos”(frase pronunciada en un discurso por el entonces Coronel Perón) situación que, con ligeras variantes, sigue vigente hasta nuestros días. Ser país agro exportador sólo puede traer beneficios coyunturales: a la larga o a la corta, esto nos sitúa en total desventaja de intercambio comercial, al depender cada vez más de los productos con mayor tecnología que debemos importar, cuyos precios superan a las materias primas que exportamos.
3): En este escenario, otra luz roja se nos enciende cada vez más cerca: los recursos naturales que producen alimentos, sea maíz, girasol, caña de azúcar, soja, etc, van camino a ser los que también sustenten a los bio-combustibles y a los plásticos, es decir, el “petróleo” futuro. No es descabellado entonces imaginar el desfasaje entre dos posibilidades: por un lado el derecho a comer; por el otro, y en desmedro del anterior, el desarrollo de productos industriales que requieren del uso de aquellos recursos naturales. La industria plástica (todo ahora es de plástico), y la automotriz, a la cabeza, y esto sólo por dar algunos ejemplos.
4): En este contexto será difícil manejar la carrera en los precios de alimentos. Del mismo modo, el valor de la tierra que produzca el nuevo “petróleo”, será sólo alcanzable por los grandes terratenientes y por los pool de siembra que cada vez se van apropiando más de nuestros campos, no sólo en Argentina sino en toda latinoamérica. Campos en los que experimentan con la genética de semillas, un negocio que les permite consagrar su enorme poder económico y extenderlo a otras ramas de nuestras pobres economías.
Pero en lo referente a la soja, suceden cosas aún más graves que el conflicto de marras, y digo más graves, porque van siendo irreversibles. Por un lado, el gravísimo cambio climático y el desastre ecológico que acarrean los desmontes realizados a mansalva para sembrar soja, no sólo en Argentina sino en la mayoría de los países latinoamericanos. Por el otro, aunque relacionado con lo anterior, el drama de miles de seres humanos que de golpe se ven despojados de sus tierras, tierras que ocupan pacíficamente desde tiempos inmemoriales. Se los expulsa impunemente a manos de grandes terratenientes o multinacionales que rápidamente convierten esas tierras en “mares” de soja.
Y ni hablar de los problemas sanitarios que acarrean los glifosatos, o la degradación de los suelos donde se practica el monocultivo de la soja, o la contaminación de las napas con la instalación a diestra y siniestra del riego de campos.
En base a estos puntos –habría muchos otros para comentar– no es tan difícil entender que el conflicto “campo–gobierno” excede el tema de las retenciones a la soja. Y semejante cuantía e importancia de temas, requiere de largo tiempo para llegar al buen puerto que conforme a unos y a otros, en definitiva, que nos beneficie a todos. No es posible pretender que en 30 o 50 días se le encuentre solución a problemas que vienen de arrastre, y que demandan un estudio a conciencia por equipos eficientes y sin compromisos políticos sectoriales que invalidan cualquier buena intención. Se trata, nada más ni nada menos, que de definir las cosas en función del país que queremos tener: o seguimos siendo el país agroexportador de “pan para hoy y hambre mañana”, o acordamos aggiornar nuestra economía, incorporando valor agregado a nuestros productos, a través de una política de exportación industrial.
Y aquí estamos en el meollo de la cuestión, donde, según nuestro modesto entender, unos y otros han cometido errores, empezando por esa odiosa antinomia impuesta desde ambos lados: “o estamos con, o en contra del campo”: me parece perverso. En tiempos donde, lamentablemente, la violencia es moneda corriente, todos deben buscar las formas éticas de negociación, y para eso se requiere cierto grado de renunciamientos y de propuestas creativas por ambas partes.
Es cierto que a nadie le gusta “que le metan la mano en el bolsillo”. Pero también es cierto que hay una gran diferencia entre el bolsillo del pequeño y mediano productor, y el de los grandes terratenientes o el de los pool de siembra, que enciman se llevan sus cuantiosas ganancias fuera del país, mientras nos dejan tierra arrasada para el futuro.
Y es cierto también que nadie, ni gobierno ni productores agropecuarios –al menos yo no lo he escuchado– haya propuesto que, por ejemplo, con las retenciones a la soja se recompre YPF, Aerolíneas Argentinas, o los Ferrocarriles. Tampoco una propuesta concreta de construir autopistas a lo largo y ancho del país, tan necesarias ante ese gravísimo problema causante de tantas muertes. Y no nos olvidemos también de recordar que muchísimos accidentes son provocados por los monstruosos camiones sojeros que parecen dueños de las rutas, rutas que, en definitiva, debemos pagar todos, seamos o no exportadores de soja.
Diferenciar las retenciones según la tierra que se posea, y que sea trabajada por el productor, de las retenciones que se hagan a quienes tienen bolsillos insaciables, me parece justo y necesario para el país. A su vez, me parece requisito indispensable la transparencia en el uso de esas retenciones por parte del gobierno. Y reitero: creo que hacer autopistas, y recomprar empresas que son sinónimo de soberanía, ejemplo YPF, es un excelente destino para las tan vapuleadas retenciones.
Pero por sobre todas las cosas, repensar entre el campo y el gobierno un nuevo modelo de país que nos permita crecer con equidad, creo que sería el mejor tributo a nuestra fiesta Patria en tiempos cercanos a su bicentenario. Pero esto requiere tiempo.
Tal vez así podamos dejar de pensar en la “maldición de la soja”.
ADHELMA LEONOR SARMIENTO DE CUESTAS
La Malinche es un personaje de la cultura Mexicana, que fue esclavizada por Hernán Cortés para luego convertirse en su principal interprete y persona de confianza y junto a ella conquistar a los Aztecas.
La Maldición de Malinche expresa la renuncia secular de los pueblos latinoamericanos por la herencia propia, y aceptación a ojos cerrados de todo aquello que venga de afuera.
Creo que estos versos finales del tema musical “La Maldición de Malinche”, que reproduzco a continuación, ilustran con total actualidad mi nota
“La Maldición de la Soja” (28 de febrero en 2016)
¿Cuándo dejarás mi tierra
cuándo harás libre a mi gente?
Letra “La Maldición de Malinche” de Gabino Palomares
Del mar los vieron llegar
mis hermanos emplumados,
eran los hombres barbados
de la profecía esperada Se oyó la voz del monarca
de que el Dios había llegado,
y les abrimos la puerta
por temor a lo ignorado.
Iban montados en bestias
como Demonios del mal,
iban con fuego en las manos
y cubiertos de metal.
Sólo el valor de unos cuantos
les opuso resistencia
y al mirar correr la sangre
se llenaron de vergüenza.
Por que los Dioses ni comen,
ni gozan con lo robado
y cuando nos dimos cuenta
ya todo estaba acabado.
Y en ese error entregamos
la grandeza del pasado,
y en ese error nos quedamo
trescientos años de esclavos.
Se nos quedó el maleficio
de brindar al extranjero
nuestra fé, nuestra cultura,
nuestro pan, nuestro dinero.
Y les seguimos cambiando
oro por cuentas de vidrio
y damos nuestra riqueza
por sus espejos con brillo.
Hoy en pleno siglo XX
nos siguen llegando rubios
y les abrimos la casa
y los llamamos amigos.
Pero si llega cansado
un indio de andar la sierra,
lo humillamos y lo vemos
como extraño por su tierra.
Tú, hipócrita que te muestras
humilde ante el extranjero
pero te vuelves soberbio
con tus hermanos del pueblo
Oh, Maldición de Malinche,
enfermedad del presente
¿Cuándo dejarás mi tierra
cuando harás libre a mi gente? |